Hoy iba a ser un gran día y no por el cambio de fase. Hubiera sido la víspera de la puesta en marcha de la Barcelona más logística. Como en los últimos 22 años. Como yo, muchos se hubieran puesto en camino para llegar puntuales a la Plaza de España de la Ciudad Condal. Al recinto más tradicional de Fira Barcelona. Mañana, 9 de junio, se hubiera inaugurado la 22ª edición anual consecutiva del SIL, el Salón Internacional de la Logística y la Manutención de Barcelona. Por primera vez en más de dos décadas, logística, junio y Barcelona no serán una misma palabra. Extrañamente, no estaremos allí.
Esta semana somos huérfanos de feria, de apretones de manos, de ver y ser vistos. De negocio y conocimiento. Nos falta lo que no nos ha faltado desde 1998, cuando una jornada logística fuera la antesala del primer SIL, un año después. Por voluntad de Enrique Lacalle, secundada y relevada más tarde por la que hoy es directora general del SIL y managing director del Consorcio de la Zona Franca de Barcelona, Blanca Sorigué. Muchos no hemos faltado nunca a la cita, pero la orfandad compartida es apenas consuelo.
Lo que no han conseguido las crisis económicas ni la aparición de serios competidores en un mercado estrecho como el de las ferias logísticas en España, lo ha conseguido otra crisis, de salud, convertida en inesperada y brutal pandemia.
Barcelona y el SIL. El principio de casi todo
Podría decirse que con el SIL empezó todo. Como poco, la visibilidad a mayor escala del sector logístico en España, que entonces apenas contaba con las jornadas que organizaban periódicamente el CEL y el ICIL y con algunos fallidos intentos de feria logístico-industrial.
En 1999 ese escenario cambió. La Barcelona más logística se vistió de gala durante cuatro días con una nueva fórmula ferial que hoy nos parece tan habitual como irrenunciable: sumar a la oferta ferial convencional (stands) la congresual, con peso específico propio y con muestra de conocimiento sobresaliente.
Desde entonces, con vaivenes al hilo del entorno económico que tocara, con cambios de sede y reinvenciones constantes para ser igual sin ser lo mismo, asumiendo críticas casi permanentes y no siempre justificadas, SIL ha conseguido que la profesión logística nacional y en buena medida internacional (especialmente latinoamericana) se movilizara en torno a la primera semana de junio para ir a Barcelona. Este año, no.
Nos van a faltar esos paseos arriba y abajo del suave plano inclinado del Pabellón 8, las citas casi siempre repletas del Congreso y sus diferentes convocatorias, las ruedas de prensa, las comidas “cuarteleras” del recinto ferial, la Nit de la Logística y sus premios, el barniz político protocolario con su precario equilibrio entre lo nacional y lo local. Y, sobre todo, las personas. Compartir los tres días actuales del salón con organizadores, clientes, proveedores, prensa, expertos, colegas, etc.
Mañana debería haber comenzado la 22ª edición del SIL. Tendremos que esperar. El Consorcio de la Zona Franca de Barcelona, su entidad organizadora, ha vuelto a reinventarse, por este año, mientras pasa la tempestad. Habrá logística en Barcelona. Será en octubre. Y de otra manera. Una fórmula transgresora, virtual en gran parte, que todavía cuesta entender y que ahora necesita mucha difusión y buenas dosis de comunicación.
Pero hoy es 8 de junio, víspera de la Barcelona más logística. Y añoro lo que ni siquiera será. Añoro el SIL.