Este pasado fin de semana se ha estrenado la película The Martian, de Ridley Scott. Creo que no desvelo ni destripo nada (eso que ahora todo el mundo llama “spoiler”) si les digo que la “peli” va de de un astronauta que se queda solo en la inmensidad del planeta Marte (por cierto, háganse un favor y lean la novela de Andy Weir que ha dado origen a la película; mejor antes de verla si lo van a hacer).
De vuelta a la Tierra, en un mundo como el nuestro poblado por más de 7.300 millones de seres humanos, resulta difícil concebir un soledad como la del astronauta, pero a veces tenemos ejemplos muy, muy cerca.
En sectores como el nuestro se da esa paradoja, al considerar a sus profesionales en la escala de dirección, pero especialmente en la de los operarios. Ya he hablado en este blog del escaso reconocimiento social de la profesión logística –no soy el único que persigue lo contrario- y de su exceso de transparencia, que la hace casi siempre invisible a los ojos del resto de los mortales.
Pero es que, también, es invisibilidad es interna. Se da en los cuadros y con mucha más frecuencia en los operarios, en los preparadores de pedidos o en los carretilleros, con frecuencia abandonados –como el Marciano- primero por el escaso protagonismo y reconocimiento a su labor que obtienen y, sobre todo, por la escasa atención que se presta –no nos engañemos, porque es así- a su formación específica.
No se me ocurre otra profesión consolidada, en la que la formación profesional apenas esté en sus primeros estadios y que no sea reglada, concentrándose en la estructurada y ofertada por voluntad de unos pocos colectivos/asociaciones o por empresas privadas.
Pero el colmo de esa “soledad marciana” a la que se abandonan a los operarios –responsables últimos del gran movimiento físico de mercancías de la cadena logística- es la de los carretilleros ¿Se imaginan que alguien optara a ser chófer o conductor de ambulancia sin haber conducido en su vida, esperando que el contratante le formara adecuadamente? ¿Se imaginan presentarse a un puesto de auxiliar administrativo sin haber manejado nunca un PC? ¿Y se imaginan disponer de un “permiso” para poder conducir un camión, o una furgoneta, sin haber acumulado práctica alguna y con apenas unos muy básicos conocimientos sólo teóricos? Eso es lo que ocurre, aún, en España con los operarios de carretillas. Abandonados en su particular planeta Marte.
De nuevo la voluntad de unos pocos (los propios fabricantes de carretillas elevadoras y un puñadito de empresas de formación, apenas testimonial si consideramos sólo a las serias) es la que ha venido cogiendo el testigo de esta responsabilidad formativa, que es sin duda pública y que nadie sabe porqué, nunca lo ha sido en este sector.
Llevo oyendo muchos, muchos años, que hay voluntad de arreglarlo para crear un marco legal y único para la formación y acreditación de conductores de carretillas. Que si una reunión aquí; otra allá mucho después. Pero nada. Y sería lo deseable, desde luego. Entre otras cosas porque, seguro, reduciría la siniestralidad y, seguro, expulsaría del mercado a aquellos que ante el vacío legal ofrecen permisos de conducción de equipos de manutención ¡por internet! Suficientes –y legales- para algunos empresarios que así se califican solos.
¡Logística llamando a la Administración! ¿Hay alguien ahí?…Silencio.
Afortunadamente, los fabricantes producen equipos cada vez más sencillos de manejar. Eso es de agradecer –y mucho- aunque no limita ese limbo en el que está este aspecto de la formación en nuestro sector.
Y ahí están, cada día, o a veces cada noche, en almacenes y campas, en instalaciones de fabricantes y distribuidores, en los muelles de las plataformas de los operadores logísticos. Hombre y mujeres. Haciendo picking, reponiendo mercancías, preparando pedidos y manejando equipos, llenando cajas, palés, playas y camiones. Son muchos, miles, pero – aunque suene a metáfora fácil- en algunos aspectos están abandonados y solos. Completamente solos. Como el astronauta en Marte.