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Abierto en canal

Por Ricardo J. Hernández

Las luces que, intermitentes, habían estado iluminando pasillos y huecos de las estanterías, se estabilizan ahora y pugnan con la claridad incipiente que se cuela por las claraboyas del techo, mientras avanza el gris amanecer de diciembre.

Es hora de ponerse en marcha. Y no puedo negar que estoy algo nervioso. Desde el sosiego estático del palé, comienza la ruta a la zona de preparación de pedidos. A mi alrededor, operarios y conductores, o “picadores y toreros” en un argot que se va diluyendo entre palabras cuyo origen está muy lejos y las sustituye, deambulan de aquí para allá. Del ritmo sosegado de la madrugada hemos pasado, en un abrir y cerrar de ojos, al frenético de la mañana.

La mayoría capta códigos pistola láser en mano, como pacíficos héroes de una saga de ciencia ficción. Pasillo a pasillo, hueco a hueco, caja a caja, y ubica los paquetes en carretillas y otras máquinas de transporte interno. Bajo, alto o muy alto nivel, ninguna orden deja de procesarse. Y de ahí a la larga cinta de rodillos que, como un reptil fabuloso, conduce los bultos.  Un entorno “mágico” para cualquiera que no lo haya visto antes. A mí me impresiona, desde luego.

Por fin todo el desfile cadencioso de objetos llega al mimo de las manos de los preparadores e,  inevitablemente, un cosquilleo me recorre todas las “costuras”. Con atención y exactitud se comprueban etiquetas y embalajes, cierres y cintas adhesivas. A veces se visten los envíos de seda o se aromatizan con un ligero toque perfumado para elevar la categoría de lo que se llama experiencia del cliente. Unos segundos más y atravesaremos el punto sin retorno.

Ahí está la furgoneta. Dispuesta en el muelle. Uno a uno, los envíos se sitúan ordenadamente en su interior. Primero, los últimos que saldrán. Luego el resto. Sucesivamente. La magia de la logística casi ha hecho todo su “voilá” cuando el conductor, mensajero u operario de mensajería –cualquiera de esos títulos le corresponde- se pone en marcha.

Es el último y el primer embajador entre el clic y la entrega de la compra. El que con una sonrisa -muchas veces- y armado con una PDA, será inmediatamente olvidado si todo ha sucedido como se espera. Lo que ocurre casi siempre.

Millones de regalos

Y es también quien me conduce cuidadosamente, quien me abraza con firmeza pero con la necesaria suavidad de quien maneja lo frágil y lo delicado y quien, desde sus manos, me entrega o lo hará muy pronto a las de mi dueño. Ilusionado o expectante. Eso es seguro. Con independencia de mi naturaleza.

Sí, me había olvidado presentarme. Soy la caja, el paquete, el envío que llega a sus manos. Abierto de inmediato en canal para ver lo que guardan mis “entrañas”, lo que de verdad importa. Una y otra vez. Y una, otra y otra y otra… ahora que, como yo, miles, millones de paquetes se visten de regalo.

Soy necesario y efímero. A veces excesivo, enorme para lo que guardo. Desechable. Y contengo la respiración cada vez que alguien me abre para no perderme su sonrisa satisfecha. Sobre todo en Navidad.

Pero ¡shhhhh! … No se lo cuenten a nadie. Que sea nuestro secreto.

¡Feliz Navidad! Y un espléndido 2022

Prudencia y vacunas. No lo olviden en su menús ni en sus cartas a los Reyes Magos

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Carlos Amogo Ortega
Carlos Amogo Ortega
25/12/2021 18:49

Muy bonito

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