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Volver a matar al mensajero (post en dos actos)

Por Ricardo J. Hernández

Prólogo

Por fortuna para el último eslabón de la cadena logística, la costumbre ancestral –empapada de leyenda- de matar al mensajero cuando las noticias no eran del agrado del receptor, es hoy territorio exclusivo de la fabulación ¿Se imaginan lo contrario?

Pero el imaginario colectivo guarda prendas desde antiguo y a la primera oportunidad ¡zas! señala culpabilidades en la misma dirección cuando hay que buscar chivos expiatorios y no están claras las responsabilidades. Es fácil. Está entrenado. Y no se olvida. Como montar en bicicleta.

Acto I

Hace tan solo unos días, una noticia enfriaba un tanto los ánimos ante la llegada de las primeras dosis de vacunas de la COVID-19. El fabricante de la más adelantada para su aplicación, Pfizer, que ya han comenzado a recibir los británicos desde ayer, 8 de diciembre, anunciaba que solo podría producir 50 millones de dosis, la mitad de las previstas, durante este último mes de 2020 por “problemas en la cadena de suministros”. Sin más explicación en la nota oficial ni aclaración posterior alguna.

Ante el primer problema, tras una serie de buenas noticias al respecto de efectividad, producción, aprobación y distribución de la tan ansiada vacuna, se recurre – con razón o sin ella, aunque la falta de explicaciones ulteriores, me hacen pensar en lo segundo- a lo de siempre. Se señala al “mensajero”, a la logística, se le carga el mochuelo, o como la Reina de Corazones del cuento, se dicta sentencia inmediata: ¡que le corten la cabeza! Al mensajero, claro.

La logística, larga y ancha, lo aguanta todo, parece sentenciarse. Su transparencia ante la sociedad, su reciente y amplio reconocimiento, y ahora… Y ahora veremos si no se convierte en diana de acusaciones cuando algo falle en esta Operación Vacuna. Al tiempo.

Acto II

Claro que cabría preguntarse el porqué de ese sambenito acusatorio. Y no se me viene otra cosa a la cabeza que la realidad apabullante de estos mismos días. El comercio online desbocado, las compras sin parangón, y los operadores y empresas de paqutería con la lengua fuera.

Y por más que estos últimos reconozcan que no llegan a todo –y eso les honra- la aceptación de esa mínima incapacidad, no les exime del cumplimiento de las buenas, de las mejores prácticas. Algo que ¡hum! no siempre se cumple.

No es solo que algunas entregas no lleguen a tiempo –algo “habitual”- es que se anuncie su llegada a destiempo o lo contrario, que se justifiquen recepciones con nombres inventados, que se recurra a puntos de conveniencia como lugares de entrega alternativa, que el cliente no ha elegido, por ser más rápido y seguro que las domiciliarias, o que ya no haya teléfonos de atención la cliente para reclamar. Tres ejemplos reales y recientes de tres grandes compañías.

Epílogo

¿Hay que “matar al mensajero” por esto? Hombre, no. Pero no es la mejor manera de quitarse la etiqueta acusadora cada vez que convenga colgársela a este sector.

Más efectividad y menos presunción, más transparencia de los últimos eslabones, más foco en el receptor, más coherencia, y mejores herramientas de comunicación que funcionen, para la “última milla y la última yarda”.

Que luego nos quejamos si a la logística se la señala con el dedo. Que sí, está muy feo, pero es que a veces…

Cuídense y cuidarán a los demás, que esto no se ha acabado. Aunque queda menos.    

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