El pasado viernes, 31 de enero de 2020 fue “un mal día para dejar de fumar”. Discúlpeme por utilizar esta cita de una hilarante película de 1980, pero intento quitar hierro a un día que fue, simplemente, un mal día. El de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, después de 47 años y 31 días de permanencia.
Se consumó un despropósito. Y aunque han corrido ríos de tinta impresa o virtual, se han vertido miles de opiniones y realizado múltiples análisis, aún cabe preguntarse el porqué de un resultado inesperado, en el que un margen de tan solo un 1,9 por 100 de los votantes, certificó este divorcio. Por qué sirvieron más unas cuantas mentiras sazonadas de nacionalismo barato para sumar euroescépticos, que casi medio siglo de relación y de las ventajas inherentes a la unión. O por qué algunos empresarios británicos relevantes, cuyos negocios son internacionales, han defendido la ruptura.
Para la logística y el transporte especialmente, el 31 de enero de 2020 ha sido un pésimo día. O el augurio, a medio plazo, de una situación impropia en la Europa del siglo XXI.
Compás de espera
Al menos a corto plazo, los servicios de transporte por carretera entre España y Reino Unido “podrán seguir realizándose como hasta ahora por los 8.000 transportistas españoles que operan en dicho país, sin ningún trámite aduanero”, señalaba una de las asociaciones gremiales nacionales (FENADISMER) el pasado jueves 30 de enero.
Pero a partir de 31 de diciembre próximo –salvo pacto en contario del periodo transitorio antes del 1 de julio de esta año, que podría dilatar ese periodo uno o dos años más- las reglas del juego cambiarán. Afectando a lo que ahora supone más del 8 por 100 de las toneladas-kilómetros realizados por los vehículos pesados españoles, sobre todo en los sectores agroalimentarios, automoción, productos farmacéuticos y mercancía general. Y eso sin contar otros modos de transporte.
Tensiones por el acopio masivo en previsión de un desabastecimiento. Ruptura de los ritmos y frecuencia de llegadas y salidas de mercancías del Reino Unido por los trámites y controles aduaneros. Aranceles proteccionistas y mayores costes. Pérdidas por caducidad de productos perecederos por la dilación de esos trámites. Adecuación a nuevas o más estrictas normativas de carga, tránsito, tiempos de conducción, etc. En suma, supresión –veremos en qué grado y medida- de las ventajas logísticas en favor de una cadena de suministros abierta. Todo lo que nos había proporcionado la libre circulación de mercancías y personas que asegura la pertenencia a la Unión Europea.
Cuando en los ámbitos logísticos nacionales e internacionales se habla, cada vez más, y se demuestran las bondades de cadenas abiertas, colaboración entre empresas incluso competidoras, blockchain, iniciativas colectivas a favor del medio ambiente, normalización de formatos de carga, etc. resulta incongruente destruir puentes, por más que esta haya sido una historia y una “relación íntima” UK-UE, con muchos altibajos.
Siempre queda la esperanza de que los intereses económicos pasen por encima de los políticos –como suelen hacer con frecuencia- y esto no haya sido más que otro shakesperiano “Sueño de una noche de verano”, la del 23 de junio de 2016, cuando se conocieron los resultados del referéndum.
Un mal día.
Lo del Brexit es la constatacion del fracaso de la UE que, uniendolo al otro articulo del virus chino, nos lleva de nuevo a la importancia de la logistica y, que no nos debe extrañar la capacidad China para manejarla, que es el fundamento de esta.