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Frontera Norte. Día D. Hora H

Por Ricardo J. Hernández

Cuando todo acabó algunos llegaron a decir que el problema estaba en una mala planificación logística. Una acumulación de flujo y tareas, de distribución y entregas que hacía imposible cumplir con el objetivo de hacer llegar cada paquete a su destinatario final en el momento oportuno. A pesar de la flota con la que contaban, virtualmente sobredimensionada. Y eso sin contar con posibles imponderables en la ruta. Que nunca se producían. Pero podían aparecer. Y aparecieron.

El control de acceso los detectó inmediatamente. No había barrera física, pero la Frontera Norte estaba bien señalizada y todos sabían cuál era su perímetro. Ningún problema a priori, si tenemos en cuenta que podían acogerse a cualquiera de las excepciones reglamentadas: eran un servicio esencial, público, que además cumplían una especie de función social; tenían que entregar puerta a puerta mercancías adquiridas físicamente o por otros canales a sus propietarios o a los que iban a serlo; no existía alternativa a esa entrega; habían sido invitados –algunos por carta- a los domicilios a los que acudían y se movían en un medio de transporte no contaminante, ni siquiera acústicamente. Eso los tranquilizaba. Eso y la tradición. Nadie osaría a impedirles el paso a ese territorio ahora delimitado por marcas y tótems, como un cementerio indio.

Pero no contaban con la persistencia leguleya del funcionario pertinaz. El tráfico era muy escaso a esas horas de la noche, por lo que no tardó en localizarlos y darles el alto ruidosamente. Se caló la gorra de plato, acercó la punta de cuatro de los dedos de su mano derecha a la visera y tras apartarla con un latigazo espetó: “¿Se puede saber dónde van todos ustedes? Están dentro de la Frontera Norte y por aquí no se puede pasar salvo excepciones que ustedes no cumplen”.

La diatriba fue seria, casi agria. No lo sabían, pero además de “no cumplir con las excepciones”, el funcionario no podía evitar ver con cierta animadversión aquella comitiva aristocrática. Iba contra sus principios púrpura y contra el espíritu que había creado el mundo ideal de Frontera Norte.

Inútiles fueron las argumentaciones de los tres líderes del grupo. No había opción. Ninguno de sus medios de transporte disponía de distintivo alfabético con el que demostrar su nivel de impacto medioambiental que, por otra parte, según aquel controlador de acceso, era bastante alto, sobre todo en metano; las mercancías estaban cuidadosamente envueltas pero sin identificar por código de barras, direcciones, etc. “lo que es realmente sospechoso”, señaló de manera grave el uniformado; tampoco pudieron demostrar documentalmente que habían sido invitados por los domiciliados dentro del perímetro; para guinda, iban indocumentados, y sus acentos no hacían sino certificar su extranjería.

No tuvieron más remedio que darse la vuelta, como mal menor. La caravana volvió sobre sus pasos y dejó atrás aquella luminaria como forma de estrella fugaz que les había servido de referencia visual a falta de un GPS (Gran Plano de Situación).

El funcionario se sintió muy satisfecho viendo como se alejaba el numeroso convoy, cuyos paquetes rebosaban de aquellos transportes, renqueantes y muy jorobados. Ojalá su jefa, Carmen y su responsable, Inés, le hubieran visto en plena faena. A él no se le escapaba una o mejor dicho –pensó- no se le colaba una. Frontera Norte era infranqueable. Un territorio limpio, humano, amigable, un paraíso en medio de la Gran Metropoli. Incómodo para los suministros y quienes los transportaban, no había que negarlo. Pero el precio merecía la pena. “Abajo la dictadura del transporte”, había llegado a leer y estaba de acuerdo. Tampoco hubiera podido costearse un transporte privado.

A la mañana siguiente no supo qué decir. Cómo había ocurrido –se preguntó incrédulo- sin caer en la cuenta de su torpeza. Su cabeza enseguida colocó el muerto a un complot entre Verdes y Amarillos, que nunca estuvieron a favor de Frontera Norte y sus limitaciones logísticas. 

Días después, oficialmente, se echó la culpa al mensajero, que era lo tradicional en el ser humano, y en una “mala planificación logística. Una acumulación de flujo y tareas, de distribución y entregas que hacía imposible, etc. etc.”. Para evitar que pudiera volver a suceder, la solución adoptada fue sencilla: en lugar de una fecha señalada que no era más que una “tradición casposa”, se creó la Semana del Regalo y la Generosidad con el patrocinio de… bueno ustedes ya lo saben.

Lo que nadie fue capaz de arreglar fueron los cientos de decepciones en aquella fría mañana en Frontera Norte. Eso sí un territorio muy limpio. Aunque triste.

Nosotros no estamos tristes. Estamos satisfechos por haber cumplido una año más con nuestro cometido informativo y de marketing. Gracias por estar ahí. Vuelvo a este lugar virtual cuando ellos se vayan… me refiero a los tres… festejos navideños. Feliz Navidad y Feliz 2019. 

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