Por si ustedes no lo saben, el Códice Voynich, custodiado en la Universidad de Yale (Estados Unidos), es un libro encontrado a principios del siglo XX que, al parecer, data del siglo XV. Eso es todo. Nada más se sabe de él. Ni quien lo escribió, ni cuál es el objeto de su contenido policromado, ni en qué idioma está escrito. Nada. Todo un misterio que no pocos han intentado desentrañar. Me pregunto cómo “residiendo” en los Estados Unidos, a nadie se le ha ocurrido aún una película sobre él. El tema es fascinante.
Cuando estudié teoría de la comunicación, aprendí que ésta necesita de unos códigos (lenguas) que describan lo que se pretende contar (significado) y que sean compartidos por quién escribe o habla (emisor) y quién lee o escucha (receptor), para que el mensaje desde uno al otro llegue (canal) y sea entendido. Gran parte de eso es lo que nos falta para saber qué es el Códice Voynich, lo desconocemos y quizás se haya perdido para siempre.
Echando la vista atrás sobre este 2015 –inevitable en estos días de balance- sorprende precisamente la falta de comunicación, o la incapacidad para comunicar que se demuestra con frecuencia a pesar de disponer de todas las herramientas: conocemos los códigos, podemos entender los significados y los canales son compartidos y abiertos. Pero no nos entendemos. Ni nos escuchamos. Somos “sordos comunicacionales” o nos proponemos muy seriamente serlo.
Sí porque, de otro modo, no seguirían unos hablando de las bondades del ferrocarril de mercancías y otros (los que pueden hacerlo realidad) invirtiendo sólo en ese modo para pasajeros, un asunto que dura y dura y dura; tampoco sería necesario insistir hasta el agotamiento en la necesidad de una reglamentación que forme y proteja a los operadores de carretillas, que ignoran, de nuevo, quienes deberían imponerla; tampoco entraría en esta categoría el medio ambiente y su protección -¿alguien lo duda en un diciembre que parece mayo?- pero de nuevo unos hablan y otros no escuchan; si esto ocurriera –que nos entendiéramos- no haría falta recordar que se prometió ¡hay alguien ahí! una cosa llamada Estrategia Logística y que si te he visto no me acuerdo.
Si todos manejáramos idénticos códigos con el lenguaje –que lo parece, pero que no debe ser así- no sería preciso repetir que la tarea que llevan a cabo los operadores de proximidad, en un entorno de comercio electrónico imparable, tiene un valor y, por lo tanto, un precio y que se debe pagar por él sin intentar reducirlo a lo mísero en aras del “todo gratis” de Internet; si no existiera esa incomunicación estructural, nadie (ni siquiera los sindicatos) echaría la culpa del paro a la automatización de almacenes o de procesos, porque eso se soluciona en otra parte; tampoco se construirían aeropuertos inútiles para luego venderlos inútilmente, porque alguien habría escuchado a alguien en algún momento y le habría dicho que eso era una insensatez y aquel lo habría entendido; y si nos entendiéramos, si la comunicación fuera permanente y no estuviera llena de interferencias interesadas, a estas alturas tendríamos LOTT y Mapa de Plataformas Logísticas, y… podría seguir, pero no son horas, ni fechas.
Ya lo ven, a pesar de todo, de lenguajes y significados comunes y de disponer de todos los canales posibles, no estamos tan lejos de no entendernos, ni entender “ni papa” de lo que nos rodea, como nos ocurre con el Códice Voynich. Espero que me hayan entendido. Si no, tengo un problema.
¡Ah! y todo esto de la comunicación y del entendimiento, sin decir ni una palabra de elecciones ni del nuevo mapa político.
Disfruten ¡Feliz Navidad y un despejado y nada incierto 2016!





