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Un baño “eléctrico” de realidad

Participé la pasada semana en un Focus Group organizado por CEL y Fundetec cuyo objetivo era determinar el “estado tecnológico” de las empresas que prestan servicios logísticos, a través de los responsables de diferentes operadores logísticos en esas áreas, tecnología o sistemas.

Seguramente la responsabilidad de estos profesionales en concreto les dota de un obligado cartesianismo y, por ello, las respuestas claras e indudables a la mayoría de las cuestiones planteadas, son de un valor inestimable.

Una de ellas me llamó poderosamente a la atención por tratarse de un auténtico baño de realidad, un baño eléctrico, si se quiere, pues se trataba de obtener opinión sobre los vehículos impulsados eléctricamente y su uso en tareas logísticas de todo tipo. Resultado: un cortocircuito.

Desde hace algún tiempo parece tocarse con la punta de los dedos la irrupción de vehículos “limpios”, impulsados eléctricamente, en nuestra cotidianeidad. En un primer estadio en automóviles de uso particular, un poco más allá para el resto de usos. Gobiernos, Administraciones regionales y locales, y empresas, se apuntan a esta alternativa con declaraciones de intenciones, infraestructuras -aún muy escasas-, reducción de tasas de circulación, etc. para impulsar esta corriente. En este sentido en España existe una asociación, AEDIVE, para su desarrollo e implantación, y algunas ciudades, como Madrid, llevan a cabo pruebas piloto en el ámbito profesional.

Todo muy prometedor. Pero, escasamente, pasa de ahí. Esa es la opinión, radical, de los responsables de sistemas y TI reunidos en el mencionado evento. Veamos sus argumentos: a los vehículos eléctricos les falta, sobre todo, autonomía para poder ser útiles en tareas profesionales, de transporte y logística; sus capacidades de carga son escasas y, además, arrastran una carga propia considerable, debido al peso de las baterías; no existe la infraestructura mínima necesaria para asegurar la recarga en tránsito, lo que supone un alto riesgo de quedarse “tirado” sin combustible; y, además, se duda de la “limpieza” total de esta alternativa de movilidad ¿de dónde procede la energía con la que se fabrican las baterías? y ¿a dónde van a parar una vez concluida su vida útil? ¿cuál es el rastro real de su huella de carbono?

Demasiadas incógnitas, barreras y riesgos para considerar al vehículo eléctrico como una alternativa viable para el transporte de mercancías y la logística -entregas de comercio electrónico, por ejemplo- a corto o medio plazo, aunque no está todo perdido: los vehículos híbridos, que han solventado casi todas esas barreras, son un espejo en el que mirarse.

Más allá de las bonitas declaraciones de intenciones, de las pruebas piloto que se quedan en eso, de la imposición oficial de la cultura “verde” -sobre todo cuando tocan elecciones- o de los brindis al Sol, de vez en cuando conviene darse un buen baño de la realidad y, con seguridad, el ámbito profesional que todo lo mide en eficiencia y eficacia puede proporcionar excelentes análisis.

Pero que no desesperen los defensores de la movilidad eléctrica. Hay otras tecnologías que lo tienen más “crudo” para su uso logístico, casi imposible, como los drones. Por ahora, puro escaparate. Demasiadas trabas y barreras, realmente, infranqueables.

Aunque quizás ni esto sea del todo cierto. Las ciencias adelantan que es una barbaridad -como diría don Hilarión- y si no que nos lo hubieran dicho hace no tanto con Internet y el comercio electrónico ¿o no?

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