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Bárcenas, EREs, Pujol y otras cosas del montón

Añoro los veranos de antes. Ese remanso de desinformación absoluta que te ayudaba a desconectar. Eso eran vacaciones de verdad. Al menos un mes, agosto, en el que no pasaba nada. Cuando los periódicos (en papel, claro) se las veían y deseaban para llenar sus páginas. Solo las secciones de deportes tenían algo que decir, y no por los fichajes (entonces no había esta actividad febril), si acaso por los torneos futbolísticos veraniegos que entonces sí que lo eran ¡el Teresa Herrera!¡El Carranza!

Hoy no es lo mismo. La cobertura wi-fi ya es una exigencia más en el veraneo y si falla se recupera el viejo hábito de comprar el periódico para leerlo bajo la sombrilla, con la cervecita o sesteando tras la paella. La mayoría ya no puede dejar de saber qué pasa en el fútbol (las plantillas cambian de una temporada a otra que es una barbaridad), la Fórmula 1…pero también en la economía y la política: la Bolsa y la prima de riesgo no toman vacaciones y la casta política no descansa tampoco de airear sus muchos trapos sucios. Si te descuidas, en una quincena vacacional “desenchufado” puedes perderte lo último de Bárcenas, el penoso sainete de los falsos EREs andaluces o la triste novela por entregas de la deshonorabilidad de Jordi Pujol.

Entre tanta exigencia informativa me resulta sorprendente pensar cómo la logística resuelve esa necesidad concreta y temporal de poner los periódicos, las revistas del corazón, los cuadernillos de sudokus, etc. en quioscos y tiendas de conveniencia de pueblos vacíos en invierno, en calles y  plazas peatonales sin acceso viario en el estío, o al pie de cientos de playas abarrotadas que el resto de año son un desierto.

Los periódicos, las revistas, pero también los barriles de cerveza, las gambas, los helados, los refrescos de cola, los chuletones o los ingredientes del gin-tonic que nos metemos entre pecho y espalda en los lugares más recónditos, inusuales, inaccesibles y muchas veces inhabitados once meses al año. Desde la aldea en los Picos de Europa, hasta el crucero por el Mediterráneo.

Leía hace poco que en época y lugar vacacional, los hurtos suponen no sólo una pérdida directa del bien sustraído, sino una pérdida de oportunidad de venta consiguiente por rotura de stock hasta que se produce la reposición. Yo añado que la mala praxis logística o la ineficacia en el flujo de la cadena de suministros estival hacia los puntos geográficos de consumo turístico, traen como consecuencia la falta de mercancías, la rotura de stock y la imposibilidad se servir -y sobre todo de satisfacer- al veraneante, quién por obvia razón temporal lo que quiere lo quiere aquí y ahora.

Y una reflexión más, sobre todo para lugares poco accesibles, peatonales o muy alejados de los centros habituales de consumo: ¿la logística y sus actores no son los suficientemente maduros para diseñar estrategias de entrega única, digamos por ejemplo en establecimientos de restauración, en lugar del habitual flujo procesional? A mí me parce que sí. ¡Feliz vuelta a la realidad!

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