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Esos irreductibles galos y los camiones españoles

Por Ricardo J. Hernández

Como una indeseable serpiente de verano, los agricultores franceses vuelven a montar su particular revolución y “guillotinan” los camiones españoles cargados de frutas que cruzan la frontera, sea su destino el país vecino o no. Los camioneros hispanos se están viendo, de nuevo, asaltados allende los Pirineos por este “bandolerismo sindicalista” y observan impotentes como frutas y verduras quedan desparramadas por las calzadas galas, con suerte sin desperfectos importantes en sus camiones y su integridad. Mientras tanto la Gendarmerie practica eso tan francés del “laissez faire, laissez passer”.

La reclamación gala origen de estas razias es tan absurda como insostenible. Al grito de “consume francés, consume local” -desconozco si con bandera tricolor y gorro frigio, o no- , los agricultores sostienen su violenta campaña bajo el argumento de la defensa y prevalencia de sus productos para el compatriota consumidor galo. Sin embargo, los camiones españoles cargados de fruta y verdura (en la última incursión se destruyeron nada menos que 100 toneladas, con las consiguientes pérdidas para toda la cadena logística) o bien van a recalar a otras latitudes -atravesando inevitablemente suelo francés- o bien tienen como destino los grandes distribuidores franceses, que compran sus perecederos en España porque son más baratos, de más calidad o ambas cosas.

Entretanto, lo de siempre. Políticos sentados a largas mesas desgranando sentencias diplomáticas, llamando a la cordura y quitando hierro a la cosa, denominado como “incidentes aislados” a estos ataques perfectamente orquestados: los agricultores galos identifican primero a los camiones españoles cargados de frutas y verduras; luego, más allá, cortan la carretera y obligan a parar a los vehículos identificados, casi siempre más de uno al viajar en convoy para procurar mayor seguridad; y a continuación abren o descerrajan, si es preciso, las cajas frigoríficas y desparraman el contenido por la calzada; todo ello a ojos de la prensa, claro (para conseguir el efecto multiplicador deseado), y de gendarmes casi siempre cruzados de brazos.

Llamemos a las cosas por su nombre. Aún con el peligro de caer en una injusta generalización, Francia nunca ha destacado por su buena vecindad norteña. En logística y transporte de mercancías, mucho menos. No ha hecho nada por apoyar la Travesía Central Pirenaica y con ello ese Corredor Central transfronterizo; está haciendo muy poco y a regañadientes para reabrir la línea férrea que aprovecharía, de nuevo, la ruta del túnel de Canfranc; penaliza con cada vez más tasas y normas (como la prohibición de pernoctar en la cabina del camión en el descanso semanal) al transporte internacional, siempre con un singular perjudicado por su ubicación, el transporte español; y un largo etcétera.

Y por si fuera poco estos “irreductible galos” se empeñan en tratarnos con cierta condescendencia, como si fuéramos tan tontos como unos romanos de viñeta de Goscinny/Uderzo para el inexistente álbum “Asterix y Obelix contra la fruta española”.

La proverbial liberalidad francesa cae por su peso permitiendo esas actuaciones agresoras que periódicamente nos salpican, propias de otras repúblicas: las bananeras. Quizás nuestros vecinos deberían mirar a sus propios mitos y, como el orondo personaje de los pantalones a rayas, aceptar en sus mesas ya sean frutas, verduras o un buen jabalí, sin importar su origen, siempre que esté “bien cuit”.

Nota: Esta es mi última entrega pre-veraniega. Y espero que no sea la última, pues he leído que se vaticina, en muy poco tiempo, la sustitución de los periodistas redactores de noticias por robots que harán la misma función. Lo que no dicen esos vaticinios es cómo lo harán, dónde quedará la creatividad y de dónde saldrán las noticias originales, o si también habrá reporteros robóticos. Veremos. De momento me preocupa más el tamaño de la cerveza y de la sombra bajo la cual degustarla: ¡Feliz Verano!

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