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El pedido más estricto

Se preparó muy temprano y vislumbró a través de la aún oscura ventana, intentando adivinar si el frío daría esa madrugada invernal una tregua. Las heladas nocturnas eran un problema añadido para los transportes y los muelles de carga. Pero diciembre era así. Y no solo por el frío. Todo el mundo se volvía loco por las compras y a ellos les tocaba saciar esa sed de consumo y peticiones, procurando que todo estuviera a tiempo.

Cuando vivió su primer diciembre como uno de los tres jefes de operaciones de aquel singular operador logístico, supo de verdad lo que era la presión del calendario. En las recepciones y en las expediciones. En ocasiones se sentía como un director de orquesta con dos batutas, otras como un relojero, preciso para que todo encajara, y otras como un bombero: fuego por aquí, manguera por allá. Pero esa madrugada, al llegar a la plataforma, le invadió una sensación de placidez que se había ido abriendo paso minutos antes, desterrando todo rasgo de stress. Allí pasaba algo.

Lo primero que intuyó fue que la flota de carretillas era mucho más silenciosa que cualquier otro día y que, en lugar de los habituales recorridos, parecían llevar a cabo un singular ballet que, sin embargo, no impedía que trasladaran aquí y allá palés y cajas llenas.

Las playas de expedición apenas tenían tempo de recibir las mercancías que salían de las estanterías cuando ya estaban listas y perfectamente ubicadas en los transportes que, uno tras otro, sin congestión, salían para sus lugares de entrega.

El ordenador indicaba sin dilación que los pedidos estaban correctos y completos, sin falta ni rotura de stock, y la impresora parecía escribir una partitura al imprimir cada albarán.

Los preparadores, sonrientes y adornados con simpáticos tocados, aportaban su música con el rítmico bip, bip de los escáneres al leer los códigos de barras.

Atravesó el almacén disfrutando con esta sinfonía hasta que llegó a su pequeña oficina. Una taza de café aromática y humeante, le esperaba. Se retrepó en su sillón y disfrutó de aquella madrugada. Contaban con un stock suficiente. Cada pedido salía completo. Los transportes no se demoraban. Cada línea de pedido era registrada. Era perfecto. Lástima que no pudieran hacer aquello cada día.

Miró la fecha del calendario: 6 de enero. Dio un largo sorbo a su taza de café y preparó otras dos. Una con una pizca de canela y la otra con una ramita de vainilla. A Melchor y a Baltasar les gustaba así y no tardarían en llegar. ¡FELIZ NAVIDAD!

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Carolina
Carolina
21/12/2012 08:22

Me encanta. Gracias

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