La vacuna contra la pandemia de la COVID-19 me ha dado reacción. Reacción adversa. Y múltiple. Y amenaza con dejarme secuelas. Al menos a corto plazo.
Lo sospeché a principios de diciembre cuando ni siquiera había una fecha cierta para la inoculación de las primeras dosis, retransmitidas finalmente a bombo y platillo, con “luz y taquígrafos”, el 27 de diciembre.
Luego los grandes medios, prensa y televisión, me han ido confirmando mis sospechas.
El primer síntoma de esa reacción adversa a la vacuna lo tuve el lunes 28 de diciembre. Y no era una inocentada. Ese día el periódico ABC publicaba una noticia en la que daba cuenta de la interrupción de la distribución de vacunas de Pfizer por “un problema logístico”, sin más explicación, según fuentes del fabricante del fármaco. La aparición de un molesto salpullido fue inmediata a la lectura de esta noticia.
Superado el trance y casi con las digestión de las doce uvas inconclusa, el 2 de enero el rotativo El País achacaba en un titular a “errores logísticos y de organización”, la dilación en la inoculación de vacunas en Cataluña, señalando el problema por la falta de cajas de congelación retenidas en el colapso del Eurotúnel y del Canal de la Mancha por la llegada del Brexit. En este caso fue la jaqueca la que me invalidó durante unas horas.
Al día siguiente, apenas recuperado de la segunda reacción adversa, El Confidencial publicaba on-line que “los festivos y la logística” complicaban la vacunación en pleno repunte del virus y de modo recurrente insistía en la coletilla de los problemas logísticos, sin explicarlos y repitiendo el mantra del día precedente. Las nauseas fueron esta vez las que volvieron a postrarme, incrédulo.
Más reacción a la vacuna
La reacción y los consecuentes síntomas no habían acabado. Es más se solapaban. Un inesperado dolor estomacal vino a sumarse a mi ya maltrecha salud el mismo día 3 de enero, coincidiendo con la comunicación de los responsables del Departamento de Salud de la Generalitat de Cataluña, que atribuían el retraso de la vacunación a “problemas logísticos”, insistiendo en la falta de cajas y eso sí –¡aleluya!- reconociendo que la falta de esos envases había sido un “gran error”, según el medio de información e-Notícies. La sintomatología adversa desapareció entonces casi al instante.
Pero fue solo una mejoría pasajera. La víspera de la llegada de los Reyes Magos, deseando que SS.MM me trajeran salud y nada más, La Vanguardia recogía unas declaraciones del secretario de Salut Pública del gobierno autonómico catalán, Josep Maria Argimon, en las que hablaba de “disfunciones logísticas” para explicar la situación, un término que jamás había escuchado. El papel lo aguanta todo, pero mi cabeza no, y me daba vueltas sin parar.
El vértigo permaneció hasta la mañana siguiente. Todavía con el papel de regalo roto apresuradamente y esparcido por la casa, aquel síntoma fue sustituido por un extraño temblor muscular mientras leía un titular de A3 Noticias: “La logística, la falta de personal o de congeladores desaceleran el ritmo de vacunación contra el coronavirus”. Extrañamente, mientras intentaba luchar contra esa nueva reacción adversa, caí en la cuenta de que el término logística ni siquiera se mencionaba en el texto de la noticia, sólo en el titular. No podía más, pero a mi salud aún le quedaban síntomas por aquejar.

El penúltimo ha sido en realidad la reaparición de todos los anteriores. A veces coincidentes, a veces en sucesión. Y simultáneamente a la publicación de una entrevista en La Razón, el pasado viernes 8 de enero, con el virólogo y profesor de microbiología Estanislao Nistal. “Parece un problema de organización, logística y capacidad”, dice el especialista al responder a la pregunta –la primera que se le formula- sobre los fallos de la campaña de vacunación.
Postrado inevitablemente, repaso toda la sintomatología de la reacción a la vacuna mientras percibo que me ataca la fiebre. Lo que me faltaba. Una febrícula que va en ascenso cuando reparo en que ninguna de las grandes organizaciones de logística y transporte ha levantado la voz para afear ninguna de estas y otras –muchas- noticias, que señalan como culpable de la lentitud de la campaña de vacunación a la logística.
Los problemas del Brexit y el colapso de la frontera marítima del Canal de La Mancha, son políticos, no logísticos. Si han faltado envases de transporte para ultracongelación es responsabilidad e imprevisión de quienes gestionan la pandemia. En logística, el Black Friday se prepara y prevé en primavera y verano, meses antes, igual que la campaña juguetera de Navidad. Eso lo saben los logísticos. Resulta además sospechoso, poco profesional e injustificado, que todos los medios hablen de “problemas logísticos” sin explicar a qué se refieren (¿lo saben?). Y, finalmente, un médico y epidemiólogo, y un virólogo y microbiólogo no son precisamente autoridades en logística para señalarla.
En cuanto a los colectivos logísticos… Después de presumir, justamente, por la respuesta logística a la pandemia meses pasados, ahora toca sostener esa buena imagen con decisión y sin fisuras, y llamar al pan, pan, y al vino, vino.
Yo voy mejorando. Espero que lo peor haya pasado y la reacción adversa a la vacuna “informativa” no vuelva.
Cuídense y cuidarán a los demás, que esto no se ha acabado. Aunque queda menos.