Cada cierto tiempo saltan a los medios de comunicación noticias sobre incendios en viviendas y otro tipo de inmuebles, que en no pocas ocasiones han dado como resultado víctimas mortales. En un porcentaje significativo de estos incidentes, la causa de las llamas es eléctrica. Como así ha ocurrido en dos sucesos recientes; en una residencia de la tercera edad en Moncada (Valencia) y en un bloque de pisos en San Juan de Aznalfarache (Sevilla), donde la instalaciones eléctricas están en el origen.
Como me contaba hace años un directivo de una asociación sectorial, “la electricidad no se huele ni se ve”. Así que para los temas de seguridad técnica se convierte en un elemento intangible. La consecuencia es que en el ámbito residencial se presta escasa o nula atención a las instalaciones eléctricas –hasta que aparece un problema serio–; y que ello puede acarrear incluso incendios con destrucción de bienes y, en el peor de los casos, muertes.
Así lo vienen reflejando diversos estudios de aseguradoras. Uno de los más conocidos es el que elaboran la Fundación Mapfre y la Asociación Profesional de Técnicos de Bomberos (APTB); precisamente, el último realizado, ‘Víctimas de Incendios en España 2020’, muestra que 119 españoles murieron en su hogar a consecuencia del fuego en 2020. Entre el origen de los incendios, se afirma que mayormente se produjeron por motivos eléctricos (19 %), lo que se tradujo en 23 víctimas en ese año (no hablamos de personas heridas, que suman varios centenares); una de las causas es el uso inadecuado de enchufes, regletas y baterías. La estadística ha mejorado, pero eso no consuela.