Después de siete semanas de confinamiento por el estado de alarma decretado el pasado 14 de marzo a causa de la propagación del COVID-19, nuestras vidas han cambiado de un plumazo y la incertidumbre se apodera de nuestro más inmediato futuro en todos los planos: personal, familiar, laboral, social y económico. Las medidas de aislamiento y de seguridad (mascarillas, distancia física…) se han instalado en nuestra cotidianeidad y permanecerán varios meses con toda seguridad hasta que se encuentre una vacuna o, al menos, tratamientos específicos eficaces para controlar la enfermedad.
En este contexto, uno de los aspectos que se ha impuesto de manera rotunda en estos tiempos es la digitalización forzosa de nuestras relaciones, tanto personales como profesionales, al desaparecer el componente presencial. Con la implantación generalizada del teletrabajo (en España se ha pasado del 4 % al 88 %, según la analista Gemma Galdón), podría decirse que lo digital ha tomado un protagonismo absoluto dado que hemos de desarrollar casi todas nuestras actividades desde el hogar (trabajo, compras, entretenimiento, formación, educación, etc.); nuestras casas se han convertido en oficina, gimnasio, guardería, sala de juegos o restaurante, todo en uno.