Hay una cuestión que todos los profesionales del sector de las instalaciones e infraestructuras para las energías y fluidos (de agua, gas, electricista, instalador de climatización, de telecomunicaciones, aparatos a presión, etc.) se preguntan de manera permanente y que se mantiene como un mantra, década tras década; es un tema que siempre se menciona en el colectivo: ¿qué valor económico aporta, o debería aportar, el material fungible para ejecutar las instalaciones anteriormente citadas?
Esta pregunta tiene sentido porque en su enunciado subyace otra no menos importante: ¿cuál es el valor del trabajo de un instalador/empresa instaladora? Este punto es clave, ya que hay mucho de que hablar y no existe una regla fija donde unos u otros se posicionen.
En primer lugar, si nos basamos puramente en la aportación en términos de servicio a la comunidad y la sociedad, en general, podemos afirmar que los instaladores son determinantes. Como se vio en pasada pandemia, esenciales para el desarrollo de nuestras vidas en el mundo occidental, tal y como las hemos diseñado.
Si hablamos en términos económicos, el instalador aporta un alto valor económico a la sociedad en la creación de riqueza en el país. Además, como empresas instaladoras o autónomos, contribuyen en el pago de impuestos y emplean a personas.
