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2022, el año en que aprenderemos a gestionar la incertidumbre

En los dos últimos años no ha habido sector que no haya visto truncadas sus expectativas como consecuencia de la pandemia, pero posiblemente el del transporte sea uno de los que más altibajos ha vivido. En este 2022 que comienza, hay que dejar de intentar eliminar la volatilidad, y empezar a manejar -con flexibilidad y eficiencia- una incertidumbre que aún nos acompañará durante un tiempo.

El mayor reto al que nos vamos a seguir enfrentando en los próximos meses es garantizar el suministro en un entorno continuamente disruptivo. Después de varios parones, el transporte internacional ha intentado recuperar el tiempo perdido, generando cuellos de botella. La regularidad en el transporte marítimo se ha perdido, los retrasos se encadenan y es cada vez más complicado planificar y organizar el flujo de mercancías por carretera como se hacía en la época pre COVID. Como resultado, los tenders con flujos regulares y cerrados han dejado de funcionar.

Estamos asistiendo a una auténtica crisis de materias primas, y los retrasos en los flujos de mercancías se reflejan en la producción. Fallan los proveedores habituales y esto supone tener que homologar nuevos proveedores, encontrar nuevos puntos de suministro, revisar políticas de inventarios, encontrar flujos y movimientos de mercancía alternativos.

Es evidente que no podemos seguir operando como hace cinco años, porque lo único que puede evitar que las cadenas de suministro se rompan es la flexibilidad y la adaptación a los cambios. Toca intentar anticiparse, planificando día a día, no a medio o largo plazo, y conviene tener no ya un plan B, sino planes C, D y E. Es el momento en el que se necesitan proveedores capaces de seguir el ritmo de los acontecimientos y de adaptarse a las variaciones de la demanda, que son mucho más impredecibles que antes.

El objetivo es asegurar la disponibilidad en cada canal, siguiendo la evolución de los hábitos de compra de los consumidores, que han disparado áreas como el ecommerce o el ship-from-store, generando nuevos desafíos operativos. La buena noticia es que, a día de hoy, hay mucho margen de mejora en la planificación de las operaciones, pero para incrementar la productividad es necesaria una mayor colaboración y cooperación entre proveedores y empresas.

Viejos problemas, nuevas soluciones

El difícil escenario planteado por la pandemia no ha hecho sino agravar otras dificultades que ya venía arrastrando el sector de transporte por carretera desde hace años, como la fragmentación del sector, el aumento de los costes, la presión sobre los precios o la escasez de transportistas.

En esta industria los márgenes son ya muy ajustados, pero la vieja mentalidad de los cargadores sigue enfocada en reducir los costes. La presión sobre las tarifas ha sido enorme en los últimos años, y sigue en aumento. El transporte tiene que ocupar el papel que le corresponde por todo lo que supone y por cómo impacta en la cadena de valor. Si los cargadores siguen insistiendo en buscar siempre la oferta más barata, es seguro que el servicio se va a resentir. En este sentido, sí que estamos empezando a ver un cambio de mentalidad. Los cargadores están dando cada vez más prioridad a garantizar el servicio tras las complicaciones que han vivido en los últimos meses.

Precisamente, esa presión en los costes afecta negativamente a otro mal endémico del sector: la falta de transportistas. Con la estructura actual, es muy difícil hacer atractivo un perfil laboral en el que cuesta tanto mejorar las condiciones de trabajo y los salarios, y en el que no se regula con la suficiente contundencia la tarea de carga y descarga. Tampoco ayudan las dificultades a la que se enfrentan los profesionales en las aduanas o las infraestructuras y las áreas de descanso en las que tienen que operar. 

Flexibilidad y tecnología

En este contexto, solo resta mejorar la eficiencia del sector, haciéndolo más flexible, más atractivo para jóvenes e incluso más ecológico. La tecnología actual, aunque no pueda resolver todas las carencias y dificultades enumeradas, sí puede suponer un salto cualitativo en muchos ámbitos.

Por ejemplo, el hecho de contar con una plataforma en la que los clientes pueden disponer del vehículo indicado en el momento oportuno permite amortiguar los enormes picos de demanda que venimos sufriendo, y a los que los rígidos operadores convencionales no pueden hacer frente. Al mismo tiempo, tener acceso a un mayor volumen de demanda ayuda a los transportistas a reducir el número de kilómetros que hacen en vacío. Optimizando sus servicios y sus rutas, los profesionales pueden operar de manera más rentable. Además, a través de plataformas tecnológicas pueden percibir el pago de las cargas de forma regular, evitando los enormes retrasos que sufre el sector y minorando tensiones de tesorería que lastrarían a cualquier empresa.

Pero la tecnología no solo mejora la eficiencia empresarial; también contribuye a resolver otro problema que cada vez acucia más al transporte por carretera: el efecto medioambiental. Para mantener la tasa que tiene la carretera frente a otras alternativas como la ferroviaria, es importante que la industria participe del objetivo común de reducción de la huella de carbono. Optimizar las rutas y reducir los kilómetros en vacío es un paso sencillo que, a su vez, puede servir de apoyo a otras medidas importantes como la renovación de flotas.

En definitiva, 2022 se presenta como un año clave para que el sector del transporte evolucione hacia un modelo más eficiente y ecológico basado en la tecnología, que permitirá dar una mejor respuesta a las incertidumbres presentes y futuras.

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