La transformación digital de los comercios de ferretería y bricolaje está contribuyendo de manera muy significativa a ensanchar la brecha que existe entre una parte minoritaria del canal y el resto de los establecimientos. Mientras unos pocos profundizan en el desarrollo de sus web y de sus tiendas “on line” y aprovechan las oportunidades que ofrece el mercado virtual, la mayoría siguen dudando si la inversión y el esfuerzo merecen la pena o, incluso, si esto de lo digital tiene algo que ver con la ferretería.
La brecha de la que hablo no está provocada solo por lo digital, sin embargo. Ahora que estamos en plena temporada veraniega y las ventas alcanzan uno de sus puntos máximos del año, se hace más patente si cabe la diferencia entre unas ferreterías y otras. Mientras algunos siguen ahorrando en luz, climatización y limpieza, otros se han aplicado el cuento y ofrecen a los clientes establecimientos alegres, llenos de luz y color, con surtidos adaptados al momento y a la tipología de su clientela.
Una anécdota viene a ilustrar lo que digo. La semana pasada, en la jornada organizada en Madrid por Agrefema, tuve ocasión de hablar con varios ferreteros madrileños sobre la marcha del negocio. Hablamos primero de la cantidad de colegas que se echaban en falta en la convocatoria. “No tienen tiempo”, “no les interesa”, “están a lo suyo”… eran las frases que se repetían para justificarlas. En cuanto a las ventas, “mejor que el año pasado, pero sin tirar cohetes”, “empatando más o menos”, “creciendo a dos dígitos y el primero no es un 1”… Y, para el final, las nuevas aperturas, las reformas en marcha, etc. Jorge Sánchez, uno de los que primero se apuntaron a la nueva cadena Ferrokey auspiciada por Comafe y abrió, en Villaviciosa de Odón, una tienda en octubre de 2012, me detallaba la reforma que estaba acometiendo en el establecimiento para mejorar la interacción con los clientes. Algo parecido podría decir de Martín Irisarri o de Oscar Madrid, que cada dos, tres o cinco años, actualizan su propuesta de punto de venta. Otros, la mayoría de los que no estaban, llevan veinte, treinta o cincuenta años haciendo lo mismo, y no parece que entre sus prioridades se encuentre actualizar nada, como no sea cambiar el fluorescente que parpadea constantemente y molesta al que está detrás del mostrador.
Visto lo visto y oído lo oído -en mi opinión-, la brecha va a seguir ensanchándose. La pregunta es ¿A qué lado va a estar usted, querido lector?.
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