Lo tenemos delante de nuestros ojos y no lo vemos. Buscamos permanentemente formas y fórmulas que nos permitan diferenciarnos y ocupar una posición destacada en el mercado: tal estrategia comercial, cual plan financiero, una alianza oportunista, una idea brillante para mejorar la logística, la innovación –por supuesto-, un lema cautivador, un color deslumbrante…A veces funciona y nos impulsa al lugar que buscamos. Y conseguimos un reconocimiento inmediato, incrementamos las ventas o la rentabilidad, o ambas cosas, ganamos cuota de mercado, mejoramos nuestra posición relativa, lideramos incluso nuestra categoría o segmento. Pero, ay, la cosa dura poco, el impulso se pierde, el éxito se difumina y oxida más rápido de lo que nos gustaría. Al poco tiempo, todo vuelve a su antigua posición o incluso a una peor que la de partida. Tenemos delante de nuestros ojos la causa y no la vemos.
Vivimos tan condicionados por el día a día, por la obtención de resultados a corto plazo, por nuestra competencia, por los clientes, por los proveedores, por la prima de riesgo o por el próximo partido de nuestro equipo, que no somos capaces de ver la causa última de nuestros éxitos o de nuestros fracasos. Hemos creído y apostado por nuevos proyectos basados en ideas brillantes y estrategias sólidas que han fracasado al poco tiempo. Hemos visto construir grandes emporios que se han deshecho como azucarillos al menor contratiempo.
Pensemos un poco. Qué recursos manejamos diariamente, de qué depende el que un proyecto se lleve a cabo o no en el tiempo previsto, de qué que nuestro mensaje llegue al mercado, de qué que el cliente esté satisfecho, de qué que nuestros servicios sean deseables. No le den más vueltas, estoy hablando de las personas que trabajan en o para la compañía, los llamados –despersonalizándolos- recursos humanos.
Pensemos en un personal comprometido, bien formado, alineado con los objetivos y la estrategia, que disfruta buscando continuamente la excelencia, enfocado al cliente, que aporta ideas, que las acepta, que no tiene miedo al cambio, que se siente importante, reconocido y apreciado por la dirección y la propiedad. En mi opinión, no hay recurso más poderoso, no hay fuerza más constructiva ni cimiento más consistente. Es el arma secreta, el alma de la empresa.






Buenos dias Juan Manuel,
Soy seguidor asiduo de tu blog y en muchas cosas estoy de acuerdo con lo que escribes.
En este caso , que razón tienes…
Saludos.
En qué sencilla explicación has dado la solución a muchos empresarios que como has dicho la tienen delante y no se dan cuenta.
Una pena pero es así, pero tu comentario hara abrir los ojos a más de uno.
Rafa