El vehículo eléctrico va mucho más allá de un cambio en el sistema de propulsión. La primera vez que probé un coche eléctrico, allá por 2013, me dije “esto no hay quien lo pare, ¡inexorable!”. Toda una experiencia de conducción altamente satisfactoria, pero ya por aquel entonces era un automóvil, en este caso un BMW3i, de primera generación, totalmente conectado a un navegador tremendamente funcional que te indicaba donde se encontraba la farmacia más próxima, con una autonomía por ciudad inigualable, sensaciones directas de conducción estupendas, reprís, frenado, etc.
Después de cinco años de aquella experiencia, el concepto y la realidad avanzan mucho más de lo que ha supuesto su penetración en el mercado. Por parte de una mayor parte de la opinión pública, del ciudadano, la percepción no ha sido tal. Se tiene una concepción errónea del vehículo eléctrico. Solo se percibe una parte: se piensa en un coche convencional al que se sustituye el motor de combustión por uno eléctrico y esto supone una realidad muy sesgada. Ese concepto de coche eléctrico se ha quedado muy corto.