Inmersos en el primer trimestre de un 2018 que llega con señales de que la crisis iniciada en 2007 puede empezar a quedar atrás para la economía real y para los puestos de trabajo. El aumento del 4% del salario mínimo interprofesional, que lo sitúa en 736 euros por mes, es una primera evidencia. Un salario que sigue siendo bajo, muy alejado del requerido para afrontar el coste de la vida, pero que parece que podría poner fin a la bajada sistemática de los salarios iniciada en 2009. Una bajada que perseguía aumentar la productividad y la competitividad de los productos, ignorante, a veces, que la clave es extraer capacidad productiva a la tecnología y al talento.
En los últimos años, la tecnología ha avanzado enormemente abriendo paso a la industria 4.0 (véase mi post “Industria 4.0. Un “Tsunami” para muchos profesionales”) En varios lugares y sectores, la penetración de la tecnología en los procesos productivos ha sido notoria, pero en muchos otros casos el ritmo de introducción ha sido bajo o insuficiente si se considera la aceleración continua a que está sometido el progreso tecnológico. Unos avances tecnológicos que ponen en riesgo a las empresas que no asumen los nuevos retos asociados a la competitividad y la innovación en producto.