Desde el final de la II Guerra Mundial hasta comienzos de los 90, que se sepa, Estados Unidos realizó más de 1.000 pruebas nucleares en su vasto territorio; anteriormente, como es bien sabido, había preferido hacerlas con los japoneses como cobayas para poner punto y final a la contienda en el lejano oriente. Alaska, las Islas Marshall o los estados de Nevada y Nuevo México, fueron algunos de los emplazamientos elegidos para probar la capacidad de destrucción de las armas atómicas. Algún atolón del Pacífico desapareció de la faz de la tierra y multitud de nativos de las islas circundantes perecieron pocos años después de degustar, con glotonería todo hay que decirlo, la ceniza que caía del cielo. Para no cargar las tintas demasiado sobre la vileza del gran pueblo siempre armado, he de decir que el desconocimiento y la ingenuidad también estaban detrás de estas atrocidades. Con el rescoldo nuclear como reclamo creció en la década de los 50 un incipiente turismo radiactivo y, miles de estadounidenses, se apostaban a una prudente distancia del hongo atómico para contemplar la explosión y, recibir, emocionados, el cálido aliento del uranio.
¿Que por qué coño hablo de esto? Posibilidades: 1.Ya no sé de qué hablar 2. Me aburre el sector y considero que está todo dicho. 3. Un poco de las dos anteriores. 4. Me he encontrado con actores de esta industria que me han contado cosas interesantes y aprovecho la situación para demostrarles lo erudito que soy. Elijan la que prefieran; todos son ciertas.
Reunión con la cúpula de COMAFE –Alfredo Díaz, Luis Rubio y Roberto Ruiz– y AGREFEMA –Javier Fresneda-. Diálogos cruzados en los que manda la preocupación por el futuro del canal tradicional. Un sector con, cada vez, menos trabajadores bien formados que obliga a que los ferreteros se roben los mejores operarios entre ellos. Cuesta entender que en un país con el índice de ninis disparado –sólo nos gana Turquía en Europa- no exista ninguna iniciativa para acercar a los jóvenes al comercio tradicional de ferretería. Será menos cool que trabajar en un Zara pero un sueldo es un sueldo. El tema de la deficiente formación y la atomización del sector detallista recuerda a los contertulios que seguimos sin un lobby que pueda ejercer de megáfono para reconducir los múltiples infortunios del sector. En ese momento rememoré la mítica reunión del Bernabeu; la que se vendió como el orgasmo de la unidad y sólo fue el gatillazo postrero. En plena divagación me pillan los datos que aporta Javier Fresneda, presidente de Agrefema. Esclarecedores. Estima que en Madrid no quedan más de 100 NEGOCIOS de ferretería; el resto son chigres polvorientos que ayudan a sobrevivir a algún jubilado, tienen un máximo de dos empleados y ningún futuro. Si le pusiera rostro al canal tradicional su expresión no sería muy distinta de la que mostraban los ingenuos turistas radiactivos ante el hongo atómico.
Quizá en el 2075 los turistas japoneses se acerquen en autobuses a alguna tienda/museo de ferretería con el ánimo de entender cómo vivían aquellos tenderos extintos.
El día después de las elecciones catalanas estuve por el Maresme haciendo visitas. Volvimos a constatar lo hospitalarios que son los catalanes y lo bien que se come por allí. Recomendado el Petit Roura en Vilassar de Mar.
Vamos a ver, no se como calificar este post Javier, si como buenísimo, enorme o sencillamente cachondo, pero a mi personalmente me has hecho leerlo dos veces, la madre que te pario! No solo te digo que no puedo estar mas de acuerdo, te diría que me he liado a añadir mi opinión y cuando he leído la parrafada que iba a soltar, he decidido borrarlo porque crearía seguramente algo de polémica y me gusta la paz y sonreír y no la guerra y lo triste. Felicitaciones por tu post! Oscar.