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El diablo sobre ruedas

Es el título con el que bautizaron al film en el que Spielberg nos narra una inexplicable persecución  entre un siniestro trailer anónimo y su desquiciada víctima, al volante de un Plymouth Valiant americano. En esta ocasión no se trata de ruedas sino de alas, alas fracturadas a mil metros de altura convertidas en añicos metálicos diseminadas por el macizo centroeuropeo de los Alpes. Homicidio voluntario perpetrado por el joven copiloto de 28 años.

La voluntad del destino se esconde por vericuetos que a veces te sonríen y otras tantas te conducen al abismo del precipicio. Y en esta ocasión un Airbus A320 se hunde deliberadamente cargado con 150 almas. Quiero recordar a un buen puñado de empresarios y clientes que volaban con destino a Alemania, en concreto a dos empleados de Delphi de Sant Cugat del Vallès, a Gonzalo Rodriguez Zanetti y a Carles Milla, una de esas personas que la profesión te brinda conocer. Un hombre entrañable, joven y emprendedor, que no tuvo tiempo de despedirse ni de familia ni empleados, y me dejó como testamento un correo en el mailbox para emplazar un próximo encuentro. Todos encontraron su destino a 1.000 metros de altura en un recóndito paraje de los Alpes franceses.

Pero las estadísticas nos dicen que la posibilidad de sufrir un accidente en avión es una entre 2,4 millones, lo que avala que es el medio de trasporte probablemente más seguro. Más aún, a pesar del espanto mostrado en las televisiones, cuando los subterfugios de la heurística señalan que esa “bola” que marca el azar ya ha sido elegida y tardará en volver a salir. Pero no es así, en el juego de las probabilidades, la bolita se vuelve a introducir cuando estamos sentados esperando la salida en pista, y las probabilidades de morir son de una escasa entre 60 millones.

Pero tranquilos cuando nos acerquemos al aeropuerto, que el devenir tiene pinta de esperarnos en una curva de la comarcal de turno. En España la probabilidad de muerte por tráfico rodado se sitúan ligeramente por debajo de uno entre 350.000 y la sensación de haber adquirido cierta destreza en la conducción nos sirve de placebo. Aceptamos controlar todos los factores de riesgo durante la conducción, y además hemos comprobado la presión de los neumáticos, vigilado su perfil, alineado la rueda, etc.

Pero a pesar de esta sensación tranquilizadora, la calzada (o el área de la superficie de contacto entre neumático y pavimento) la carga el diablo. Para cualquier conductor, la posibilidad de espichar en su vehículo, estimada como una fatalidad, es 7 veces más probable que hacerlo en un vuelo comercial.

Será cuestión de azar, o puede que el destino. En cualquier caso, precaución en los atascos que estamos en Viernes de Dolores.

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