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Adiós trece, adiós

Nunca he sentido temor a profanar la Santísima Trinidad por pasar bajo una escalera, ni he visto al mismísimo diablo en un gato negro, ni he roto amistades por derramar sal y tampoco he comprobado siete años de desdichas cuando se rompía un espejo para no revelar la imagen aterradora del futuro. El trece nunca me ha recordado a los convocados a la última cena de Jesús, y lo he asociado más a la saga del asesino en serie Jason Voorhees que a cualquier conjunción cabalística.

Pero cuando por fin acabaron las campanadas que finiquitaban el año pasado sentí un alivio impropio de una persona no supersticiosa. Tras el ajetreo del brindis y antes de besos y felicitaciones hice volar por encima de mi cabeza la copa vacía de cava para espantar aquellos espíritus que tanta desdicha habían diseminado en este último año. Infortunado trece que ya queda atrás con visos de ligera mejoría.

Pero ya en este 2014 han bastado un par de semanas desde que llegasen sus Majestades los Reyes Magos de Oriente para darse cuenta que a la mayoría de los curritos sus mejores deseos se han debido caer de los camellos con tanta caminata, los han birlado los elfos de  los grandes supermercados, o peor aún, se empantanan en la más recóndita de la imaginería.  Tales caprichos ambicionan un aumento de sueldo, mejora de puesto de trabajo, un nuevo jefe más guapo, o como última entelequia para los madrileños que la oficina esté cerca de casa. Pero las peticiones jamás llegan con los albores del año.

Eso sí, nos queda la batería anual de buenos propósitos y aspiraciones que nunca logramos completar: acabar con los pitillos sociales, darle un empujón a la lengua shakesperiana de Peter o’Toole (ahora que seguimos de duelo), engancharse al  spinning del barrio, completar la colección de mini paraguas, en fin … ver amanecer en África con los gorilas de Fossey,  deseos de la Gran Paz Mundial, que se abracen palestinos e israelíes, la vacuna del SIDA

Nos confirman que el trece fue malo, y las agencias de calificación ahora prevén un ligero ascenso. Yo por si acaso despedí  San Silvestre con la correspondiente carrera, y para esta cuesta de enero me propongo llevar el coche al taller que con tan dudosa previsión se pueden atascar los limpiaparabrisas.

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