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Ajos contra el momio

Por Aitor Peña

Habíamos pasado una jornada abrasadora en los Campos de La Mancha, en la que recogíamos información para un reportaje de neumático agrícola que editaremos en la revista de julio. El fabricante Trelleborg nos presentó a su distribuidor y a un par de clientes que nos movieron campo a través por sus cultivos de secano. ¡La agricultura va bien! según manifestaron, parece que esta recesión que nos toca sufrir en las urbes provoca un éxodo inverso al de nuestros padres. Aquel  hombre rudo y áspero de antaño se ha montado en un tractor climatizado con suspensión hidráulica y GPS, sus cuentas van saliendo y además, la calidad de vida mejora considerablemente.

Ya de vuelta a Madrid, Carlos conducía el coche cargado de ajos de Las Pedroñeras. Traíamos unos doce kilos de liliáceas que nos habían regalado en la explotación agrícola de Albacete y, entre el calor de la planicie y su fuerte olor, el viaje resultó soporífero. Debíamos repartirlos entre compañeros, vecinos, familiares y además inflarnos a ajoarrieros, gazpachos, atascaburras, alioli, salmorejo y demás sopas para acabar con tanto ajo.

Quizás fue el bálsamo que desprendía el 4×4 pero nos llamó la atención un incidente que hace tiempo no acostumbrábamos a ver en la carretera. Como los films apocalípticos que inundan las pantallas en el verano, la A-3 sumaba abandonos de coches en los que sus conductores, chaleco reflectante y gato en ristre, cambiaban los neumáticos pinchados, incluso reventados.

La canícula comienza a apretar en julio y este supuesto estado del bienestar nos empuja a la playa, hay que sacar a la familia retomar la pelota de Nivea y sombrilla de Mahou, ¡sea como sea! Y como sea es, incluso con neumáticos de segunda mano. Una inversión ajustadilla entre tanto derroche. Pero lo que comienza como un ilusionante viaje hacia el mar puede tornarse una pesadilla asfáltica. La garantía de seguridad del neumático desaparece, tampoco es cierto que contribuyan al ahorro energético ni a la mejora del Medio Ambiente. No se sabe de dónde procede,  ni su desgaste y agotamiento y, lo que más irrita es la falta de seguridad vial para el compañero de congestión.

Pero, desgraciadamente, engallarse rumbo a Levante con el neumático de segunda mano conseguido en el taller de saldo comienza a ser el pan nuestro de cada día. Y nosotros con el coche lleno de ajos.

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