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La logística cierra el círculo

Por Ricardo J. Hernández

La logística nació formalmente en el ejército. Allí acuñó su nombre y creció como actividad necesaria para tropas y ejércitos. Por poner una fecha que, en realidad, es inconcreta y lógicamente indeterminada, digamos que “saltó” al mundo civil tras las operaciones aliadas de la II Guerra Mundial, a partir de 1945.

Desde ese momento, la cadena de suministros del consumo optó por imitar a la cadena de suministros de ejércitos y armadas que, por ejemplo y singularmente, se organizó para llevar a cabo el Desembarco de Normandía, adoptando desde “este lado” como propios, algunos de los elementos y utillaje normalizados entonces para traslados de materiales y avituallamientos (palés, contenedores) que aún hoy nos acompañan y que son insustituibles.

En los más de 70 años transcurridos desde entonces, la logística militar ha seguido su camino, una senda quizás lenta y “tradicional”, mejorando eso sí en todo lo relativo a tecnología y comunicaciones.

Por su parte, la logística aplicada a lo civil ha tenido en estas décadas un despegue primero contenido y más tarde explosivo, que nos ha traído hasta aquí. Empresas, consumidores, organizaciones, mercancías, personas, compras, ventas, espectáculos, deportes, salud y, tanto en lo general como en lo particular, todos los sectores económicos, han utilizado y se han beneficiado para su progreso y mejora de los rasgos, enseñanzas y herramientas logísticas, ya físicas o virtuales, que conocemos hoy, del software a las grandes máquinas portacontenedores.

Sin embargo, la logística militar no ha desaparecido del ámbito general ni es algo del todo ajeno para la sociedad civil a la que, de alguna forma ha vuelto, y estos días, lamentablemente, vuelve a alcanzar protagonismo.

Las catástrofes naturales –incendios como los que sufrimos en España cada verano, terremotos como el ocurrido en México o huracanes como el Irma, que está transitando trágicamente por el Caribe- y lo que suponen en recursos, víveres, maquinaria, movimiento de personas y vehículos, etc. obligan a recurrir al inestimable socorro de los cuerpos logísticos o de emergencia de los ejércitos nacionales, como la Unidad Militar de Emergencia en España (UME) o la Guardia Nacional en los Estados Unidos, para enfrentarse a esas catástrofes: antes, si pueden prevenirse, después, para la reconstrucción o para evitar males mayores.

Los ejércitos occidentales –por fortuna, en su mayor parte, ociosos de exigencias bélicas- vuelven la vista logística de vez en cuando a la sociedad civil, a la que tanto dieron, y cierran un círculo que abrieron en las playas normandas, seguramente sin pretenderlo.

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