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Un mal día para dejar de comer frambuesas

El pasado jueves, 30 de marzo, fue un mal día. Objetivamente, un día malo. Se consumó el principio del fin de la Europa que conocemos desde hace décadas y que con tanto esfuerzo se construye y reconstruye cada día. La Europa de la legislación común; la de la moneda común; la de la desaparición de las fronteras interiores; la de la libre circulación de personas y mercancías. Comenzó oficialmente el espectáculo del Brexit.

Con independencia del acuerdo final que surja de unas largas negociaciones que ahora comienzan entre la UE y el Reino Unido, se fundamente esa mala noticia que conocimos atónitos una mañana, la del 24 de junio de 2016. Después de pasar en España la noche tradicionalmente más corta del año, llegó el día más largo, que aún no ha acabado. Quizás alguien debió decirle al primer ministro Cameron lo que le dijo nuestro rey emérito al fallecido Chaves: ¿Por qué no te callas y no preguntas? La torpeza de algunos nunca dejará de sorprenderme.

Ahora, mientras los cuatro países más grandes y ricos de la Europa Comunitaria, Alemania, Francia, Italia y España, empiezan a representar el sainete de la dureza de términos del acuerdo (sainete, porque al final todo serán concesiones y agua de borrajas) y la sra. May, primera ministra no elegida y sí escogida para lidiar con el Brexit, se pone tan cordial por una parte, como desafiante por la otra, con la seguridad europea como moneda de cambio (no tiene más remedio, aunque tampoco llegará la sangre al río, ya verán), ahora –digo- los más prácticos y los que tienen más que perder, empiezan a hacer cuentas de lo que les va a costar y, el que puede, a tomar medidas alternativas.

Sí, mientras los políticos juegan a la Oca con el futuro de fronteras, bienes, derechos y personas, ya hay quien ha descendido a la realidad y se pregunta qué pasará con los intercambios comerciales (logística); con el paso fronterizo de mercancías (logística); con las mercancías en puertos y aeropuertos (logística); con el Eurotunnel y sus vagones porta-camiones (logística); con los ferries que le hacen la competencia en el Canal de la Mancha; con los trabajadores del transporte y la logística que queden del otro lado; con los almacenes (logística) situados para acopiar o distribuir mercancías hacia y desde uno y otro lado; con los productos que sirven a este sector que, fabricados en un lado, ahora vayan al otro, seguramente agraviados por alguna nueva tasa que ahora no tenían; con los servicios de transporte en general, de paletería o aquellos que prestan los operadores logísticos internacionales o paneuropeos en suelo británico o que necesitan llegar a él; etcétera, etcétera. Y ahora multipliquen estas preguntas para cada sector económico o servicio social: enseñanza, finanzas, tecnología, automoción, sanidad, materias primas, turismo…

Esta situación tiene tantos inconvenientes –claramente para el transporte, la logística y las cadenas de suministro en general- y tan pocas ventajas conocidas, que hasta hay quienes desde el propio Reino Unido, proponen celebrar un segundo referéndum para ratificar o no el anterior, ya que tan acorde a la ley, singular e histórico ha sido lo uno, como podría ser lo otro.

El año 2016 ha sido, al menos en lo político, el año de la Tormenta Perfecta: casi todo lo que podía haber salido mal, salió mal o peor. Esperemos que escampe y que podamos (desde aquí) seguir siendo capaces de mandar “frutas del bosque”, cada día, a los británicos para que las mezclen con su excelente crema en el desayuno, en una cadena de suministros perfecta ¿Señora Theresa May, le gustan las berries onubenses, el queso francés, la moda italiana o la tecnología alemana? Si la respuesta es sí, no sea menos que su antecesor y pregunte a sus ciudadanos de nuevo: ¿Brexit, sí; Brexit, no? Seguro que con el nuevo resultado nos ahorraríamos tiempo, dinero, disgustos e ineficacias logísticas que nos ha costado mucho conseguir y, de paso, usted pasaría a la Historia, pero para bien, ¡que hasta tiene usted nombre de santa de Calcuta!

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