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Controlar a los controladores que controlan a los controladores

Por Ricardo J. Hernández

La pasada semana hemos concluido un ciclo de jornadas logísticas en colaboración con el Instituto Logístico Tajamar. La última se circunscribía a la tecnología aplicada a la cadena de suministros, una íntima relación que define hoy a la logística, su carácter, auxilio y soporte tecnológico.

En una de las ponencias en concreto se habló de una determinada familia de herramientas (aplicaciones de software) cuyo objetivo es controlar procesos ya de por sí automatizados (y gestionados a su vez por otras aplicaciones de software) y con la información recogida en tiempo real o acumulada por periodos de tiempo o subprocesos, corregir desviaciones y tomar decisiones para mejorar esos flujos.

Lo que puede parecer un contrasentido, inicialmente, es decir dotarse de una herramienta para automatizar el control de un proceso ya automático que –digamos- no cumple con lo prometido, tiene todo el sentido si tenemos en cuenta que las inversiones de esos procesos automatizados son enormes y de su estricto cumplimiento (flujos, entregas en tiempo y forma, satisfacción del cliente, facturación, cumplimiento de objetivos, beneficios,… ) depende en muchos casos la supervivencia y el futuro de la empresa.

Algo parecido ocurre con el dinero público, el que manejan técnicos de la administración y los cargos públicos en su desempeño, venga o no de las arcas públicas, y el que desde manos privadas llega a la caja única vía pago de los obligados impuestos: transita por caminos ya prefijados en flujos continuos y “automatizados” (IVA, IRPF, Patrimonio, etc.).  Pero esta suerte de maquinaria es sumamente imperfecta por el uso humano. Esos caminos están con frecuencia poco iluminados y los flujos se “pierden” por oscuros recovecos antes de llegar a destino. La perfección en el mantenimiento de semáforos y señalética (Declaraciones de Renta, de IVA, Impuesto de Sociedades,… ) es en realidad una utopía por lo que es necesario acudir al recurso humano: especialistas revestidos de autoridad (Administración del Estado, Autonómica, Local, Inspectores de Hacienda, Especialistas de Guardia Civil y Policía) que regulen el tráfico y vigilen los caminos adyacentes para que nada se distraiga.

Estos días, miremos a donde miremos, parece demostrado que esos controladores no solo no son suficientes en número y atribución para evitar tanta pérdida, sustracción, o evasión, sino que algunos de ellos necesitan más control que el propio sistema: zorros vigilando gallineros. Y hay quienes afirman que en este estado de podredumbre tampoco podemos estar seguros de que  quien controle al controlador no necesite, también, control y así –“es que somos como somos”, oí hace muy poco- hasta el infinito y más allá, que diría Buzz Ligthyear.

Barro para casa: ¿Cuántos kilómetros de Corredor Mediterráneo podrían haberse puesto en marcha con lo defraudado por Noos, Gúrteles, Bárcenas, Ratos, ERES, Valencias, Plazas, Fabras y compañía? ¿Cuántos por actuaciones del mismo pelo en la empresa privada? ¿Cuántas conexiones ferroviarias a puertos? ¿Cuántas ayudas en planes PIVE o Pima para venta de máquinas o vehículos? ¿Cuántas urbanizaciones de viales de plataformas logísticas? ¿Cuántas promociones a la exportación de equipamiento, estanterías o sistemas de automatización, por ejemplo? ¿Cuántos puestos de trabajo pueden sostenerse con todo ese flujo económico que se “perdió” entre el punto A y el B?

Ayer mismo oía en una tertulia que lo realmente preocupante es que todo puede no ser más que la parte visible de un iceberg. No sé a ustedes: a mí me asusta pensar que debajo puede haber mucho, mucho más.

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