Dar paso

Tiene 64 años. Empezó a trabajar a los 15 como mozo de almacén de la ferretería del pueblo. Con 27 decidió volar por su cuenta y con los ahorrillos personales, pocos, el apoyo moral de media docena de representantes y toda la ilusión del mundo, abrió su primera tienda, pequeña, con más letras de cambio que género, con más ganas de agradar que clientes a los que atender.

Aguantó, con sudor y lágrimas los avatares del día a día, la competencia feroz de sus colegas,  la desconfianza de las marcas y de los bancos, trabajando sin horas, sin vacaciones, muchos meses, sin sueldo. Aguantó y fue haciéndose un sitio y un nombre entre la clientela y con los proveedores. Contrató al primer dependiente y al segundo. El local se le quedó pequeño, y más tarde el barrio.

Después de 37 años, cuando mira hacia atrás siente un cosquilleo de orgullo  por la trayectoria que ha llevado. Los años le han ido dando la razón: su visión era alcanzable, su abnegación y profesionalidad han podido con todas las barreras y obstáculos que ha ido encontrando en el camino, el último, la tremenda crisis que empezó en 2008 y que le obligó a reinventarse y reinventar el negocio.

A su edad, aún en plena forma, sabe que tiene que dar paso a sus hijos. Llevan con él los suficientes años como para saber ya de qué va el negocio y cuáles son las claves del éxito de la empresa. Sin embargo, cuando piensa en la jubilación y en la sucesión le entra un vértigo que le lleva a maltraer. ¿Serán capaces mis hijos de dar continuidad a mi obra? ¿Respetarán los proveedores los acuerdos, muchas veces de carácter personal, con la ferretería? ¿Me darán mis hijos de lado cuando haya hecho la transmisión de poderes? ¿A qué me dedicaré cuando me jubile, si la ferretería ha sido mi vida?

Su mujer, por otra parte, le reclama más atención, y los nietos… Y todo ese tema del e-commerce, de las redes sociales, de la omnicanalidad, del big data… Le supera todo eso.

Cada jornada, cuando vuelve a recorrer una a una las secciones de  cada punto de venta, cambia impresiones con los empleados y con sus hijos, saluda a clientes habituales y a algún representante de toda la vida, le vuelven a asaltar las mismas dudas. Y mientras, los días van descontando oportunidades para él y para los que están llamados a ocupar su sitio.

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Alfonso
Alfonso
04/04/2017 15:28

Lo que describes en esta ocasión es una realidad que muchos vivimos en primera persona.
Ver como nuestros padres montaron con muchísimo esfuerzo un pequeño negocio que ha ido creciendo con “sangre, sudor y lágrimas” y ver también como les llega la hora de pasarnos el testigo en una época tan convulsa como en la que estamos, no es cosa sencilla de explicar.
Creo que deben sentirse como aquel padre que acaba de quitarle los ruedines a la bici de su hijo y le da ese último empujoncito… solo que en vez de hacerlo en el patio de su casa, lo hace en una autovía repleta de tráfico pesado

XOSE
XOSE
03/04/2017 07:59

les pregunto: ¿ lo ven en una reisdencia de ancianos?

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