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Parábola del vendedor de flores

Por Juan Manuel Fernández

Juan era el mejor florista del lugar. Sus flores eran las más frescas. Sus rosas parecían de satén y eran las más rojas y olorosas. Sus margaritas  siempre le daban una alegría a los enamorados que las deshojaban con el “me quiere, no me quiere”. Sus nardos y orquídeas no encontraban parangón. Sus nochebuenas se conservaban rojas hasta más allá del verano. Incluso las coronas mortuorias, las suyas, daban un plus de paz y serenidad en el tanatorio. Juan estaba orgulloso de sus flores y para sus clientes, comprarle un ramo, una maceta, un centro o una corona suponia una garantía absoluta y una satisfacción. Juan era querido y respetado por todos y se ganaba la vida con desahogo.

Un día, Juan pensó que tenía que hacer crecer su negocio y contrató a unos consultores para que le ayudaran. Estos estudiaron su caso y le recomendaron que incluyera en su oferta productos complementarios como abonos, fungicidas, insecticidas, tijeras de poda, plantadores, guantes, libros, cuadros y puzzles de flores. El negocio creció de forma exponencial, aunque empezó a vender menos flores.  No importaba, el resto de productos compensaba con mucho esa pequeña caída.

El número de clientes aumentó y aumentó, aunque notó que alguno de los más fieles dejaron de comprarle. No importaba, el incremento de clientes compensaba con mucho esa pérdida. Sus flores seguían siendo frescas y vistosas, aunque no tan fragantes y duraderas, pero entre que el resto de productos le quitaba mucho tiempo y espacio y que la competencia empezaba a inundar el mercado con flores baratas, Juan había tenido que ‘estandarizar’ su calidad.

Con el tiempo, Juan había convertido su floristería en un supermercado del jardín, con elementos de riego, mobiliario, cerramientos, artículos para mascotas y hasta una peluquería canina. Uno más de los muchos supermercados de jardín de la localidad. Seguía vendiendo flores, pero ya solo significaban el 10% de sus ventas. No olían, pero tenían buen color y aunque se deterioraban rápidamente, eran tan baratas como las de los chinos.

Su vieja clientela había desaparecido, su nombre no era conocido, nadie le queria y respetaba, aunque bastantes le temían porque se había convertido en un duro competidor. Cuando tiempo después tuvo que cerrar por la competencia de los grandes  ‘garden centers’ nadie le echó de menos, aunque los más viejos del lugar recordaron que en tiempos Juan había sido el mejor florista del lugar.

La moraleja la dejo en sus manos, digo, en sus comentarios.

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felipon
felipon
14/09/2018 17:28

cuales serian los valores

Miguel Andrés
Miguel Andrés
15/03/2012 13:13

Qué dificil es acertar en nuestras decisiones estratégicas ¡¡¡
Pero es fundamental .
Estamos obligados a evolucionar , pero sin perder la esencia de nuestro negocio.
Muy interesante el artículo.

Gorka Urbieta
Gorka Urbieta
12/03/2012 23:06

Es una buena historia, y refleja muy bien una parte de la realidad.
Pero posiblemente coexiste con la de otro florista que no diversificó, y al final tuvo que cerrar cuando el mercado dejó de demandar tantas flores.
O con la de ese otro que sí amplió el negocio, y así pudo seguir vendiendo flores a clientes que preferían concentrar sus compras en menos proveedores.
Supongo que todas esas historias caben, y que su final, feliz o no, depende de la calidad de la gestión que las acompañe.
Pero repito, me gusta la historia, invita a la reflexión.

RAFAEL MURATORI LACASTA
RAFAEL MURATORI LACASTA
12/03/2012 16:36

MAGNÍFICA ÉSTA PARÁBOLA. OJALÁ SIRVA DE EJEMPLO PARA MUCHOS DEL SECTOR , SOBRE TODO PARA AQUELLOS SOÑADORES, QUE HACE TIEMPO QUE PERDIERON EL NORTE.

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