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Pelillos a la mar

Me encontraba compartiendo chiringuito en una playa de Cádiz, ya al final de las vacancies, cuando me contaron una anécdota que os quiero comentar. Por no poner nombres, dejémoslo en la amiga del hermano de la cuñada de tal. Su coche ya tenía unos añitos, y la señora no había cambiado los neumáticos en toda su vida. Renovar los cuatro de golpe se le antojaba una inversión inalcanzable, hasta que una tarde de compras vio en Carrefour una excelente oferta. Con ayuda del mozo cargó las cuatro ruedas en el carrito y tan contenta iba ella al Feuvert asociado para que se las sustituyesen.

Ya a la mañana siguiente hizo la conveniente cola en la ITV de turno para pasar el trámite. Pero cuál fue la sorpresa cuando  la suspendieron porque los neumáticos no se ajustaban a las medidas homologadas por el fabricante de aquel Ford. Que si la llanta, el ancho de banda de rodadura, la sección, un ristra de números indescifrables 175/70 185/75 175/65 … ¡que follón! Tener que volver a desmontar las ruedas en el auto-centro y reclamar la devolución cuando ya estaban usadas. Para más inri el coche se conducía divinamente, insistía.

Hasta entonces no había prestado demasiada atención al relato, prefiriendo disfrutar del reflejo del sol que cegaba sobre el océano. Pero la señora captó mi atención cuando se refirió al típico amiguete que con los años había logrado sobrevivir con su pequeño taller de barrio. “No te preocupes”, le persuadió el mecánico, “que tengo un juego de ruedas usadas que por dos duros vas a pasar tu ITV”. Y el caso es que aquel amigo le sustituyo los neumáticos a precio de ganga. Otra cosa creo que fue conducir el coche hasta la inspección, porque estaban tan usados y en tan mal estado que los escasos kilómetros se convirtieron en un auténtico rally Dakar.

Pero al final, como había acometido la sustitución pertinente consiguió el dictamen favorable. Ya de vuelta al taller volvió a colocar los neumáticos que parecían no encajar según la Dirección General de Industria y… a tirar millas. No quise saber más del enigma de las medidas, pero me juró que el coche rodaba perfectamente. De hecho, había conseguido que el Ford la trajese a darse el último chapuzón del verano hasta la comarca de La Janda.

Ya se ocultaba el sol cerca del cabo de Trafalgar, y desde entonces cada noche que me acuerdo del episodio rezo para que todo ruede bien. Mientras, la administración y sus inspectores duermen a pierna suelta. Pelillos a la mar…

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